La población española. Comportamiento demográfico. Fenómenos migratorios.


El Paleolítico
El Neolítico * 

Roma y los visigodos * 

La Edad Media: islam y reconquista-repoblación * 

La Edad Moderna * 

Las minorías *

El ciclo demográfico antiguo * 

La transición demográfica y el ciclo demográfico moderno *

El siglo XIX * 

El siglo XX y la transición demográfica *

La inmigración actual *

Distribución de la población española * 

Bibliografía * 

Tema 



El Paleolítico 


Sobre los tiempos preestadísticos no se pueden hacerse más que conjeturas sujetas a un alto grado de error, debido a las técnicas de estudio indirectas. Parece ser que el solar hispano ha estado poblado desde muy antiguo. En las investigaciones que se han hecho en Atapuerca (Burgos) se han encontrado restos humanos de hace unos 800.000 años, y los restos encontrados en Orce (Granada) datan de hace 1.500.000 de años.

Sin embargo, es prácticamente imposible determinar cuántos habitantes había entonces. Es muy posible que procedieran del norte de África. Pero sólo en la época Musteriense comienzan a abundar los restos humanos de Homo sápiens. Se calcula que había unos 10.000 habitantes, y que a finales del Paleolítico ascenderían a unos 30.000, pero nada seguro. La tasa de crecimiento durante esta época sería del 0,02-0,05‰, con lo que la población se duplicaría en unos 15.000 años, prácticamente estancada.


El Neolítico

El Neolítico es un período de crecimiento demográfico. Las causas de este incremento no están claras: puede que fuese por el aumento de la productividad de la tierra, gracias a la agricultura y la ganadería; o que fuese debido a la reducción del intervalo intergenésico; pero lo cierto es que durante el Neolítico hubo una auténtica explosión demográfica. Hacia el año 4000 a.C. la península será colonizada por los pueblos ribereños del Mediterráneo. Estas civilizaciones buscan riquezas mineras como el cobre y el estaño. Además, la península también será invadida por las tribus indoeuropeas de los campos de urnas. Fenicios, griegos y cartagineses llegaron hacia el siglo VIII a.C. Todo ello hace aumentar la densidad de población en las zonas más feraces, y en los nudos de las rutas mercantiles del sur y el Levante peninsular. 

A pesar del aumento de población, la tasa de crecimiento no debió superar el 0,2-0,5‰, durante todo el período. Esta sería la situación hasta la llegada de Roma.


Roma y los visigodos 

En tiempos de los romanos había en Hispania, según Plinio y Estrabón, unos 3.000.000 de indígenas, que podrían ser 4.000.000. Durante la época romana la población aumentaría lentamente hasta el siglo II, debido tanto al crecimiento vegetativo como a la inmigración de romanos veteranos del Ejército, italianos, mauritanos y judíos. Aunque la romanización supuso un descenso de la población indígena.

Parece ser que la esperanza de vida de los romanos no era muy superior a la de las poblaciones indígenas. Sobre todo en la esperanza de vida al nacimiento.

La península ibérica fue escenario de las primeras epidemias documentadas en el Mediterráneo occidental, a finales del siglo II. Durante el siguiente siglo tuvieron lugar las invasiones de los pueblos germánicos y las migraciones indoeuropeas. Pero la auténtica invasión ocurrió en el siglo V. Con ellas la sociedad se vuelve rural, cae la fecundidad y la nupcialidad, debido al clima de violencia e inseguridad. Esta caída de las tasas demográficas supuso que hacia el siglo VI, cuando los visigodos se asentaron en Hispania, no hubiese más de 4.000.000 de habitantes.

Por otro lado la ocupación visigoda nunca fue una invasión masiva. Los visigodos que dominaron Hispania no debieron ser muchos más de 200.000. En esta época la población creció, a pesar de la alta mortalidad, probablemente debido a una nupcialidad temprana y universal. Pero también debieron ser muy comunes las prácticas de aborto, infanticidio y exposición, ante la falta de recursos económicos. El Concilio de Toledo del 589 condenaba expresamente estas prácticas.

A finales del siglo VI llegan a España las grandes epidemias, que diezman la población. La peste bubónica en el 542, el 588, y entre el 687 y el 702. Muy posiblemente hacia el año 700 la población alcanzase sus niveles más bajos desde el fin del Imperio romano.


La Edad Media: islam y reconquista-repoblación

La península ibérica fue la única región europea ocupada por los musulmanes de manera permanente durante el medievo. Pero no hay que exagerar sus consecuencias. Los invasores musulmanes fueron muy pocos en el 711. Hasta el 756 no debieron pasar de 60.000. Tuvo más importancia en la heterogeneidad étnica: árabes, sirios, egipcios y beréberes, que en los aportes de población efectivos.

La presencia de beréberes no se consolidó hasta la organización del ejército de Almanzor, a finales del siglo X. Luego, con las invasiones almorávide y almohade de los siglos XI y XII, llegarían más norteafricanos, pero siempre serían una minoría. La mayoría de la población era muladí, al lado de ellos estaban los mozárabes, los judíos, los árabes, sirios, egipcios y beréberes, los esclavos negros y blancos y los esclavones. Los mozárabes desaparecerían en 1126, perseguidos por los almorávides.

El crecimiento vegetativo de la población musulmana era notable, pero las persecuciones terminaban, con frecuencia, con la huida o el destierro de amplios sectores de la población. Además, la Reconquista no favoreció un clima de paz en el que la población creciese sin trabas.

El proceso de reconquista lleva asociado el concepto de repoblación. Aunque en ocasiones, en las tierras conquistadas, se expulsaba a los habitantes para permitir el asentamiento de forasteros. La Reconquista tiene como motivo inmediato conseguir tierras para los colonos cristianos, al menos en principio.

Se calcula que los habitantes que se refugiaron en los valles del norte tras la invasión musulmana eran unos 500.000, una auténtica superpoblación para la zona y sus recursos. Esta situación provocó que las primeras campañas de reconquista, del siglo VIII, tuvieran un marcado acento repoblador, para ocupar las tierras de frontera. Pero las repoblaciones de los territorios más allá del norte del Duero y el Ebro son más producto de la voluntad y la planificación que de la ocupación espontánea por parte de agricultores. Los condes y los reyes pretendían fijar colonos cristianos en las nuevas tierras conquistadas para asegurarse su dominio. Este impulso se vio favorecido por un incremento, lento pero continuo, de la población cristiana.

Durante los siglos IX y X la repoblación del norte del Duero y Cataluña la Vieja se hizo con población cristiana. Desde mediados del siglo XI y hasta el XIII, la Reconquista avanzará sobre territorios poblados por musulmanes, pero coincidirá con una etapa de crecimiento de la población cristiana.

La población musulmana vivía mayoritariamente en ciudades, más que la cristiana, pero esta se volvió urbana al conquistar los territorios musulmanes del sur del Tajo. Muchas veces, la repoblación de estas zonas se hubo de hacer tras la expulsión de la población autóctona. Estas repoblaciones están dirigidas por las órdenes militares y la Iglesia. En general, hay demasiado espacio para repoblar, por lo que surge la gran propiedad y la agricultura extensiva. Algunas poblaciones, creadas para colonizar ciertas zonas, fracasaron, al ser tierras pobres; otras fueron abandonadas, principalmente tras la conquista de Toledo en el 1085. Durante la repoblación, por medio del asentamiento de colonos, se creó la red urbana de los reinos cristianos, a través del sistema de presura, el concejil y de los fueros que se concedían, aunque en principio serán aldeas de pocos vecinos, entre 50 y 100.

En esta época el camino de Santiago es una zona pacificada, y la población se asienta en su entorno; sobre todo emigrantes francos. En las tierras conquistadas permanecían los moriscos, pero con frecuencia fueron expulsados, sobre todo tras las rebeliones (1264 en las Alpujarras). 

La expansión de la Reconquista no se hizo por falta de tierras, había de sobra, sino por motivos políticos. Las ventajas que ofrecían los fueros de las poblaciones del sur provocaron la emigración desde el norte y la despoblación de las montañas cantábricas y la cuenca del Duero. En definitiva, este es un ciclo de intensas migraciones en todas las direcciones.

En el período 750-1100 es dudoso que en la península hubiera más de 4.000.000 de habitantes, el norte sería la región con mayor densidad de población. Su crecimiento sería escaso, debido al hambre, las revueltas internas y las guerras. Los fenómenos migratorios son intensos, como la llegada de mozárabes a León durante del siglo X.

Durante los siglos XII y XIII la Reconquista continúa, y la población aumenta ligeramente. A finales del siglo XIII, cuando sólo queda Granada, la población sería de unos 5.500.000. Este aumento se atribuye a la temprana nupcialidad en las zonas seguras, y a las aportaciones de mozárabes y judíos a los reinos cristianos. Tras la expulsión de los mudéjares en 1264 muchos se instalan en Castilla.

Entre los siglos XIV y XV la población disminuye. En realidad se da una crisis en el siglo XIV y un a recuperación en el siglo XV. La causa parece ser la peste negra, que asola la península. La epidemia afecta primero a Aragón y luego a Navarra y Castilla. Las epidemias son sucesivas y continuas desde 1348 hasta 1400. La primera se detecta en 1348 y dura hasta 1350, y afectó principalmente a Andalucía. Se calcula que la peste acabó con la vida de un tercio de la población, sobre todo en Aragón. La mortalidad producida por la peste negra produjo una crisis de subsistencia, al dejar los campos sin gran parte de la fuerza de trabajo. Esto significó el hambre, en muchas zonas de Aragón a la que se suma la huida de población con motivo de la guerra de 1462-1472.

En el año 1492 se expulsa de España a unos 150.000 judíos, después de lo cual la población debe ser de unos 5.000.000 de habitantes, 6.000.000 si se incluye Portugal.


La Edad Moderna

El siglo XVI es de prosperidad económica, por el descubrimiento de América y el aumento de los intercambios comerciales con Europa. Y también de incremento de la población. La tasa de crecimiento es de un 0,6%, que llega hasta un 0,9% en Valencia y Navarra. El mayor aumento se da en las ciudades, sobre todo en Sevilla, por la inmigración continua. La sociedad se urbaniza de manera general. Aunque los núcleos rurales pierden población, aumentó la roturación del campo, ya que había que alimentar a una población mayor. A finales del siglo XVI hay en España unos 7.000.000 de habitantes, la mortalidad es relativamente baja, a pesar de las pestes y las hambrunas, que la final del período, casi han desaparecido.

Además, España es tierra de inmigración para los europeos, sobre todo franceses, que llegan a la Corona de Aragón. Estas inmigraciones compensan las emigraciones de españoles a América.

La natalidad crece, ya que la fecundidad legítima es elevada. Los matrimonios son tempranos, los moriscos se casarán muy jóvenes. Pero también se incrementa la natalidad ilegítima en las ciudades.

El crecimiento de la población, en Castilla, se conoce gracias a la existencia de vecindarios, tras el Concilio de Trento (1545-1563). Se conocen también la existencia de episodios de mortalidad catastrófica, como la peste de 1507, el tifus de 1557, el hambre de 1570, el catarro de 1580, la peste atlántica de 1596-1602, etc. Pero sabemos muy poco sobre la mortalidad ordinaria. El crecimiento demográfico se debió al aumento de la fecundidad y a la inmigración.

En el siglo XVII la población decrece, al ritmo de la crisis económica. Esta etapa es mejor conocida, ya que comienzan a registrarse, sistemáticamente, los bautizos y las defunciones. De esta época son también los primeros recuentos por vecinos, los padrones municipales y los eclesiásticos; aunque son incompletos. De todas formas, se sabe muy poco de esta etapa. Parece que hubo un ligero aumento de 1.000.000 de habitantes, con un incremento del 0,1% anual: muy bajo. Aumenta la mortalidad catastrófica, debido a las pestes y el hambre, que ahora se hacen crónicas. Pudo haber alrededor de 1.500.000 víctimas. Sin embargo, no bastan para explicar el descenso de población.

La crisis económica hizo elevar la edad del matrimonio, por lo que la fecundidad desciende alarmantemente. Además, hay un alto incide de celibato definitivo, hasta el 10%. Se generalizan las prácticas maltusianas como el aborto y el infanticidio.

La expulsión de los moriscos en 1609 supuso un duro golpe para la población aragonesa. La emigración a América aumentó en Castilla. La emigración y la mortalidad catastrófica hicieron disminuir la población, a pesar de que la inmigración francesa continuaba siendo importante, principalmente en Cataluña.

Las causas de la disminución de la población no inciden lo mismo en todas partes. En Aragón la expulsión de los moriscos afecta a un 16,2% de la población, en Valencia a un 18,8%, mientras que en otras partes no llega al 2%. La peste de 1676-1683, golpeó sobre todo a Murcia y a Andalucía, y la emigración a América predominó en Castilla y Extremadura, a la que se suman los contingentes de milicianos que luchan en los Tercios en Europa y los funcionarios europeos. La emigración en Castilla tiene particular importancia, ya que afecta, principalmente, a los adultos varones.

El primer recuento de población que abarcó todo el territorio se hizo en la segunda década del siglo XVIII: El vecindario de Campoflorido, entre 1712 y 1717. En él se estimaba que la población española era de unos 7.500.000 de personas. A partir de él todos los censos realizados se han saldado con un incremento de la población, aunque esto no quiere decir que no hubiese períodos de recesión. En la segunda mitad del siglo se comienzan a hacer censos individuales, o de almas, en lugar de vecinos. El Censo que se incluye en el Catastro del Marqués de Ensenada en 1752 se salda con unos 9.400.000 habitantes, un incremento importante, con una tasa anual de un 0,4%.

La emigración continuó siendo una constante en las zonas del norte. Se incrementó la emigración americana, y a las comarcas del sur de la península. Cataluña continuó recibiendo inmigrantes franceses.

El incremento de la población se debió a una menor actividad de las pestes y una escasa incidencia de las crisis de subsistencia. El maíz y la patata se utilizan en la alimentación humana. Además, empiezan a generalizarse las prácticas sanitarias. Comienza la inoculación de la vacuna contra la viruela. En el siglo XVIII hay una política decididamente poblacionista, ya que los economistas fisiócratas creen que la riqueza de un país está en la tierra y en la población que haya para trabajarla. Todo ello nos pone en el camino del ciclo demográfico moderno.


Las minorías

En la sociedad española no han faltado las minorías étnicas marginadas y perseguidas. Los judíos y los moriscos sufrieron pogromos y fueron expulsados en 1492 y 1609 respectivamente.

Los gitanos llegan en el siglo XV, son una población nómada. Los vagabundos no están bien considerados en el país. Sufren persecuciones que llegan a su máxima expresión durante el reinado de Fernando VI con la prisión general, decretada por el marqués de Ensenada, que incluso pensó en la extinción final, y que no se levantará hasta que Carlos III decrete la libre circulación en 1783, aunque con la prohibición de vagabundear. Se calcula que en el siglo XVIII hay unos 12.000 gitanos, y aunque eran libres, socialmente estaban discriminados para el ejercicio de muchas profesiones.

La población vagabunda y mendicante siempre fue de difícil cuantificación, aunque aumentan en época de crisis. De ella tenemos noticias por la novela picaresca, que refleja la situación de una parte de la población importante. Estas personas son las que sufren las levas para el ejército, y las leyes de vagos que les obligan a trabajar por poco dinero en obras públicas. Proliferan los conventos donde se ofrece la sopa boba y los hospicios para los huérfanos. En ellos se trabaja bajo el control de los gremios en oficios útiles.

La esclavitud fue un fenómeno de poca importancia, aunque no faltaron esclavos en la península. Fue más importante durante la reconquista, pero una vez terminada disminuyó rápidamente. A finales del siglo XVI podía haber en España unos 50.000 esclavos, concentrados en Sevilla, mayoritariamente. En el siglo XVII la crisis casi terminó con el fenómeno. En el siglo XVIII los esclavos en la península eran una anécdota.


El ciclo demográfico antiguo

El estudio de la población antes de la etapa estadística es muy complejo y está sujeto a hipótesis. Las fuentes que nos proporcionan información sobre este período son las actas de bautismos, defunciones, matrimonios y algún recuento de vecinos.

Lo más característico del ciclo demográfico antiguo no es la alta tasa de mortalidad y de natalidad, sino la influencia que tiene la mortalidad catastrófica, por epidemias y hambre, en el número de habitantes de un país. Lo que, además, provoca baja natalidad en las generaciones posteriores. El número de habitantes de un país esta directamente relacionado con la situación económica. En época de crisis disminuye la población, y en épocas de bonanza aumenta.

La tasa de fecundidad es elevada, pero el crecimiento vegetativo es muy pequeño. El modelo de matrimonio es variable. Durante el siglo XVI es temprano, en el siglo XVII es tardío y el celibato se generaliza, como sucede en épocas de crisis. El modelo de matrimonio más habitual es tardío, las mujeres solían casarse más tarde de los 21 o 23 años, y en algunos casos más tarde de los 25. Los hombres en torno a los 25. Con este sistema, el total de hijos nacidos no superaba los 8, de los que sólo sobrevivían al matrimonio entre 3 y 5. Independientemente de que fuesen o no legítimos. Se intenta reducir la natalidad y se adoptan técnicas maltusianas como el infanticidio y el aborto.

La mortalidad en el ciclo demográfico antiguo es muy alta. Sobre todo la mortalidad infantil, pero no es la mortalidad ordinaria la que hace crecer o disminuir la población, ya que esa está asumida, sino la mortalidad catastrófica. Las medidas sanitarias tomadas en el siglo XVIII no fueron eficaces para la mayor parte de la población. El tifus y el paludismo, de 1784 y 1787, provocaron más de 1.000.000 de enfermos. Aunque esta época es la del comienzo paulatino del ciclo demográfico moderno.


La transición demográfica y el ciclo demográfico moderno

El siglo XVIII se debate entre los ciclos antiguo y moderno. En él se da un aumento continuo y acelerado de la población y, además, por motivos nuevos. Pero las condiciones económicas continúan siendo las mismas. En el siglo XVIII el modelo agrícola del Antiguo Régimen alcanza su máximo desarrollo. La bonanza económica hace crecer la población. Pero España aún no es un país industrializado.

La patata y el maíz pasan a formar parte de la dieta humana, y los intercambios de grano con Europa se intensifican. Esto basta para terminar con las crisis de subsistencia, ya que se pueden importar alimentos. La peste pierde morbilidad, así como la mayoría de las enfermedades infecciosas; puede que debido a la mejora de la alimentación, aunque no sólo. Esto supone una reducción radical de la mortalidad catastrófica. La población aumenta debido a esto, y no tanto a un aumento de la fecundidad o la nupcialidad, como sucedía en el ciclo antiguo.

Se producen importantes mejoras en la sanidad, aunque tardan en generalizarse. En 1771 aparece en España la inoculación contra la viruela, que se pone por primera vez en El Ferrol. En 1796 Edward Jenner descubre el sistema de vacunación, precisamente con la viruela. La vacuna de Jenner se extiende con cierta rapidez por toda España, y desde muy pronto (1800), gracias al apoyo público ilustrado y a pesar de las reticencias de ciertos sectores. Sin embargo, la guerra de la Independencia cortó la introducción de la vacuna, y en general el comienzo el ciclo moderno.

Si la peste fue el azote del siglo XVII, la viruela lo fue en el siglo XVIII y el cólera en el siglo XIX. El cólera, sólo afecta a Andalucía, por motivos ecológicos, y en medios urbanos, los puertos en contacto con las regiones tropicales. Aunque localmente puede ser importante, no supone una reducción notable de la población española.

El siglo XVIII es el de la Ilustración, y los ilustrados abogan por mejorar la higiene de las ciudades y por crear una red sanitaria en todo el país. En 1720 se crea la Junta Suprema de Sanidad, luego los Colegios de Cirugía. El colegio de Madrid aspirará a proveer de médicos a los pueblos. En 1794 se publica una Farmacopea general y oficial. Mejora la sanidad para mucha gente, y la higiene comienza a entrar en las escuelas.

También se hacen mejoras urbanísticas, en las que están presentes las teorías higienistas. Se hacen alcantarillados, se ensanchan calles, se recoge la basura, los cementerios se sacan de las ciudades, así como las cárceles y los cuarteles, y se construyen hospitales en las afueras; en general, todo lo que puede ser un foco de infección.

Sin embargo, a finales del siglo XVIII, tras la Revolución francesa, se detiene el crecimiento debido al hambre, y la guerra. A finales del siglo XVII y comienzos del siglo XIX las hambrunas (1792-1795 y 1803-1805) y la guerra de Independencia detienen la introducción del ciclo moderno y se vuelve al ciclo antiguo.


El siglo XIX

El siglo XIX está marcado por una mortalidad excesiva, debido a las continuas guerras y las consiguientes hambres por malnutrición. Sin embargo, la población aumenta. Este incremento se debe fundamentalmente a tres causas: una mayor fecundidad, un aumento de la duración de la vida humana, y el cese de la emigración tras la independencia de América. Sin embargo, tiende a prolongarse el régimen antiguo de población, en las altas tasas de natalidad y mortalidad. A finales del siglo, los índices de mortalidad infantil están en el 20‰, y los de natalidad se situaban en torno al 34‰; la tasa de crecimiento vegetativo era del 0,9%.

La natalidad continúa siendo alta, pero los períodos de mortalidad catastrófica reducen las ganancias. El cólera que afectó a Andalucía desde 1830, y sobre todo en la epidemia de cólera de 1885 que produjo una sobremortalidad femenina e infantil, lo que supuso un descenso de la fecundidad. Además, ya en al época se dieron cuenta de que las enfermedades no atacaban a todos por igual. Había enfermedades que dependían claramente del nivel social y los recursos de la familia. Esto sucedió con la viruela, sobre todo tras la vacunación, con la tuberculosis y en general con todas aquellas enfermedades que dependían de la higiene y contra las que se habían encontrado soluciones. Las primeras para las que se hallan remedios son las enfermedades infecciosas, que por otra parte van perdiendo vitalidad. Son dolencias prevenibles con una buena higiene, para lo que hay que educar a las personas. Además, se mejora el medio urbano, y también la alimentación, el vestido y la vivienda, la higiene pública y privada, se dota a las casas de agua potable y de evacuación de aguas residuales. En 1866 el 60% de los niños quedaban si vacunar. Claro que estas ventajas sólo alcanzan a quien puede pagarlas, de ahí que las enfermedades tengan un componente social muy alto. La tuberculosis es compañera de la desnutrición y la miseria. Aunque se legisla con medidas higienistas, la falta de voluntad política retrasa su generalización hasta el Estatuto Municipal de 1924.

Durante el siglo XIX perduran las crisis de subsistencia, en la medida que se mantiene la agricultura como principal fuente de riqueza. El precio de los alimentos aumenta, las condiciones en las que se desarrolla a agricultura no son las más saludables, sobre todo en el interior peninsular. Los altos precios de los alimentos provocan una disminución de los nacimientos; causa que se suma a la guerra y las crisis políticas. A mediados del XIX, en España, una mala cosecha sigue significando una mayor mortalidad y una menor fecundidad.

La crisis económica y la política oficial llevaron a buena parte de la población a residir en el campo. Se favoreció la emigración, política que se sostuvo hasta principios del siglo XX. Sin embargo, y a pesar de tener que favorecer el desplazamiento, la política del Estado continúa siendo poblacionista. Esto significará que aumenta la corriente migratoria a América, sobre todo a Argentina, Brasil y Cuba, y ello a pesar de la independencia, ya que estos países admiten muy bien a los inmigrantes. También se da la emigración golondrina a Francia, al menos desde 1830 y hasta 1914, y a África: Marruecos, Argelia y el Sáhara. La emigración es el factor más característico de finales del XIX y principios del XX. La emigración a América se extiende desde 1846 hasta 1932, cuando los países americanos cambian de política, por la crisis de 1929. Aunque la mayor corriente migratoria se genera después de la primera guerra mundial.

El primer censo moderno, y el más fiable de la época es el que se hizo en 1857, que inaugura la serie regular de censos en España. Este censo nos permite saber que, hasta 1910, la población española aumentó un 94%, aunque no en todas partes igual. En general el norte pierde población mientras que el sur la gana, y el centro, excepto Madrid, pierde, mientras que la costa gana. Esta es, grosso modo, la distribución actual.

A pesar de todos los problemas, a finales del XIX se había iniciado la transición demográfica, con la disminución de la mortalidad ordinaria y el mantenimiento de la fecundidad. Sólo hacía falta que la mortalidad catastrófica y la emigración dejasen de actuar.


El siglo XX y la transición demográfica

En el siglo XX el descenso de las tasas de fecundidad y mortalidad se acelera, entrando de lleno en la transición demográfica. La bonanza económica que trajo la primera guerra mundial permitió que se iniciase el proceso de una manera definitiva. Además, la contienda provoca la detención de la emigración tanto a Europa, por la guerra, como a América, por la ofensiva en el mar. No obstante, aumentó la emigración interior, primero a las ciudades y luego a las regiones industrializadas, como Cataluña, la región más favorecida por la guerra, el País Vasco o Asturias.

El descenso de las tasas de fecundidad y mortalidad supone entrar en el régimen demográfico moderno. Pero la transición demográfica implica el aumento de la población, mayormente cuando se detiene la emigración. Sin embargo, la economía española no es capaz de absorber los nuevos contingentes de trabajadores que tiene, y aumenta el paro hasta convertirse en crónico. La tasa de mortalidad se sitúa por debajo del 30‰, y la de natalidad en torno al 36‰.

Tras el fin de la guerra se reanuda la emigración, sobre todo a Francia, que necesita fuerza de trabajo, ya que ha perdido muchos brazos en el conflicto. La mayor parte de los emigrantes fueron levantinos. Durante la República la corriente migratoria aumenta, sobre todo a Europa, pero también a América, aunque más tímidamente. El crac de 1929 vuelve a detener la corriente migratoria; la crisis económica no hace tan atractiva la emigración.

La guerra civil de 1936-1939 supone un duro golpe para España en todos los órdenes. Se vuelve a detener la transición demográfica, debido a la mortalidad extraordinaria de la guerra. Con el triunfo fascista salen de España millones de personas al exilio: a todos los países de Europa y a América.

Las autoridades franquistas, con su política autárquica, impidieron la emigración de España, pero tras el Plan de Estabilización de 1959 se vuelve a autorizar. Cuando se permite la emigración de una España pobre y atrasada, la partida a Europa se hace masiva, sobre todo a Francia, Suiza y Alemania. El exceso de la fuerza de trabajo en España es el que falta el Europa, y la apertura del régimen hace políticamente posible la emigración. Los contingentes españoles en Europa son masivos, tanto los legales como los ilegales. A diferencia de épocas anteriores, la emigración americana es muy escasa, ya que estos países exigen inmigrantes cualificados.

Los trabajadores que emigran a Europa son, en general, campesinos sin tierra con escasa cualificación. Este es el tipo de mano de obra que demanda el continente. Además de la emigración a Europa, se produce un auténtico éxodo del campo a la ciudad. Con este éxodo rural la sociedad española se urbaniza definitivamente, y se asimila a cualquier otro país desarrollado. Este éxodo es la continuación del que había comenzado en la República, y que se había detenido durante la guerra y la posguerra. La corriente migratoria, primero se dirige del campo a la capital de la provincia, luego a las regiones industrializadas, y por último a Europa. Los polos de desarrollo que se crean en el franquismo también son zonas de inmigración. El despoblamiento del interior y del campo es una situación buscada que permite la modernización de España.

La corriente migratoria es menor a partir de 1967, ya que en Europa se exige una mayor cualificación a los inmigrantes, y se detiene a partir de la crisis de 1973. La crisis que se produce en ese año no sólo detiene la corriente migratoria, sino que provoca un proceso de retorno. Pero España también entra en crisis y el paro aumenta espectacularmente.

La política franquista es claramente poblacionista; sin embargo, la tendencia de las tasas de mortalidad y fecundidad continúan bajando, exceptuando años concretos.

La mortalidad continúa reduciéndose, salvo en episodios como la epidemia de gripe de 1920 y la guerra civil. La mortalidad afecta más a las clases pobres; hasta 1963, en que se generaliza la sanidad pública y se crea la Seguridad Social; y tras la posguerra desaparecen definitivamente las crisis de subsistencia. Pero los éxitos más notables se consiguen en la reducción de la mortalidad infantil que, aun siendo alta, a principios de los 70 baja espectacularmente. La tasa de mortalidad está en torno al 6‰.

También se reduce la fecundidad, a pesar de las políticas natalistas del régimen de Franco. Desde 1914 viene reduciéndose esta tasa, y sólo entre 1957 y 1966 se dan valores más altos, al calor de la bonanza económica. Las tasas de fecundidad mantienen la tendencia a la baja, en torno al 12‰, no sólo por la inclinación secular de la transición demográfica, sino también porque la emigración afecta a la población masculina joven, que se casa más tarde. A partir de 1975 se dan los valores más bajos. La transición demográfica ha terminado. En la actualidad es está prácticamente en crecimiento cero, lo que ha hecho envejecer a la población española de manera alarmante.

La población ha envejecido prematuramente por el rápido descenso de la fecundidad, desde 1930. En 1950 la población era mayoritariamente madura, se rejuvenece levemente en los años 60, pero en los 70 y los 80 el envejecimiento es espectacular. Este fenómeno tiene mayor incidencia en las regiones más despobladas, ya que han emigrado los jóvenes y regresan los jubilados en busca de paisajes tranquilos, buena conversación y naturaleza.


La inmigración actual

En la actualidad el signo de la migración ha cambiado en España. Se ha convertido en un país receptor de inmigrantes, principalmente procedentes de Latinoamérica, Marruecos y los antiguos países del este de Europa: Rumanía, Bulgaria, Hungría, etc.; además de China Es una inmigración mayoritariamente masculina, pero también hay muchas mujeres jóvenes en edad de procrear, lo que ha permitido aumentar un poco la tasa de fecundidad. La velocidad con la que la tasa de inmigración ha aumentado tanto, sobre todo entre 1995 y 2005 que se ha visto como una auténtica avalancha. A pesar de todo ha sido un importante factor de desarrollo y diversidad.

La inmigración tiene como destinos principales Madrid, Cataluña y el Levante y las regiones de agricultura intensiva de Andalucía, pero afecta a toda España. Los trabajos en los que los inmigrantes encuentran empleo son la construcción, la agricultura intensiva de invernadero, el servicio doméstico y el auto empleo de productos de bajo coste. Muchos inmigrantes se han asentado en nuestro país y han comenzado a construir pequeñas empresas urbanas.


Distribución de la población española

La distribución de la población en España tiene un modelo muy claro, se concentra en las regiones de la periferia y en Madrid, mientras que las regiones del interior están más despobladas. Sólo Lugo es una provincia periférica con baja densidad de población.

El crecimiento de Madrid se debió a la emigración del éxodo rural, no obstante en la actualidad crece por sí misma, por crecimiento vegetativo.

En el resto del interior sólo Valladolid tiene unas tasas de densidad de población algo más elevadas que las de su entorno.

Las regiones con más población son Cataluña, Baleares, el País Vasco, Asturias, y los antiguos polos de desarrollo. Son las regiones más industrializadas y ricas.

Las ciudades son las que más población acumulan, desde los años 60. El 78% de los españoles viven en núcleos urbanos. Pero en los últimos tiempos se han detectado fenómenos de dispersión en torno a las grandes ciudades. Son personas que huyen de la aglomeración urbana pero que no desean alejarse mucho, en general están dentro del isócrono de los 30 minutos. Son personas que tienen un nivel adquisitivo por encima de la media, ya que necesitan el coche privado para desplazarse. En general, van buscando vivir en un entorno algo más natural, y a ser posible con un precio del suelo más barato, aunque en muchas de las urbanizaciones que se construyen esto no está conseguido, y encima faltan servicios.

La población y la sociedad española actual es una comunidad plenamente desarrollada, con los problemas de cualquier país europeo rico.



Bibliografía 

Amando de Miguel: «España cíclica». Fundación Banco Exterior. Madrid 1987

Jacinto Rodríguez Osuna: «Población y desarrollo en España». Cupsa. Madrid 1978 

Jordi Nadal: «La población española (siglos XVI a XX)». Ariel. Barcelona 1988 

Miguel Artola: «Enciclopedia de historia de España». Alianza. Madrid 1988 
Web Santiago Pastrana.

¡CÓMO CONSTRUIR UNA PIRÁMIDE DE POBLACIÓN? 

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